Mutaqaddimun
Jaime Sánchez Ratia, en su excelente antología Treinta Poemas Árabes en su Contexto (Ed. Hiperión. 1998) consigna la tradición árabe de principios de milenio en la cual ya se hablaba de poetas modernos y poetas antiguos.
Entre los antiguos, ubicados en el sigloVII d.C. se encontraban tres figuras capitales de la poesía árabe: Al Ajtal, nacido en Hira en el año 640, de ascendencia cristiana monofisita y muy propenso a monumentales borracheras; Al Farazdaq, nacido a finales del siglo VII, musulmán y de exquisita estirpe; y Yarir, nacido en Yamama (actual Arabia Saudí) e hijo de una familia de cabreros.
Los tres estuvieron constantemente enzarzados en disputas sin fin; los celos y las envidias crearon una guerra literaria que solamente encontró su final con la muerte de los poetas.
Bien es cierto que Al Ajtal fue mucho menos cáustico que sus colegas, acaso por su religión y por su poesía de resonancia báquica, muy alejada de la de sus contendientes; sin embargo Al Farazdaq y Yarir se entrecruzaron poemas burlescos y satíricos sin parangón en la historia de la literatura universal.
Yarir no dudó en firmar poemas tan contundentes como el que les reseño: "¿Era Al Farazdaq algo más que una zorra / aullando entre las mandíbulas de un enorme león? / De cierto que su madre parió a un cretino, / trajo al mundo a un paticorto".
Y es que, mientras Yarir se burlaba de la fealdad de Al Farazdaq, éste se cebaba en la estirpe arrabalera de su colega.
Sin embargo, como suele ocurrir con este tipo de rivalidades, los adversarios acabaron amándose, como bien atestigüa el hecho de que, a la muerte de Al Farazdaq, su contendiente le dedicó uno de los poemas elegíacos más hermosos de la historia, a los que anejó los siguientes versos: "Murió Al Farazdaq después de todo lo que le hice tragar / Ojalá Al Farazdaq hubiera durado un poquito más".
En aquel poema, titulado La Muerte de Al Farazdaq, podemos leer estas estrofas: "¡Que lloren sobre él los hombres y los genios / en todo poniente y en levante, / pues ha muerto un valiente Mudari!"
Por último, les dejo con una anécdota de grosor que Yarir se encargó de popularizar sobre la fealdad de su rival y que el Sr. Sánchez Ratia consigna en su antología. Cuentan que Al Farazdaq contemplaba con deseo a una hermosa esclava y que, cuando se dirigió a ella para manifestarle su admiración, ésta le dijo: "No me mires con deseo, pues aunque mil coños tuviera, ninguno te daría probar".
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