el blog de bubastis

lunes, julio 25, 2005

Snuff 2005

Hace 30 años que surgió la que, a mi parecer, ha sido la leyenda urbana más majestuosa de la modernidad. Más allá del Chupacabras, de la autoestopista fantasma o de los ladrones de vísceras, se encuentra el mito de las películas snuff.

Supongo que todos Vds. sabrán a qué tipo de películas me refiero, pero en todo caso, prefiero aclarar que se tratan de aquellos films pornográficos que acaban por mostrar todo tipo de agresiones, torturas y asesinatos que, supuestamente, son reales.

Corrían los años '70 cuando la industria del porno decidió ampliar su espectro. Los espectadores mostraban fatiga frente a la rutina del género, por lo que éste no tuvo más remedio que reciclarse con nuevos "argumentos". En aquella época se popularizaron las películas sadomasoquistas, en las que se podían contemplar severas palizas, quemaduras de cigarrillos, hematomas, pinchazos y ciertas cantidades de sangre.

Sin embargo los espectadores demandaban más violencia y más sexo. Por ello, como una exacerbación de esta agresividad empezaron a comerciarse films bajo la etiqueta de snuff. Tan subterráneo género, bautizado por el escritor Ed Sanders, fue inventado por el iluminado Alan Shackleton.

Shackleton era, más que empresario, un coleccionista de bancarrotas que encontró por fin la fortuna en el dudoso negocio de los peepshows. Utilizó estas cabinas para exhibir las primeras películas snuff, bajo la pomposa vitola de su productora la Monarch Releasing Corporation y grabadas en 8 mm e incipiente vídeo.

Las atrocidades con las que traficaba Shackleton no eran documentales, evidentemente. Pocos años antes se había hecho con el material fílmico de olvidadas productoras especializadas en sexploitation y las había remontado y modificado con el fin de hacerlas pasar por reales.

La primera película "maquillada" por Shackleton y, por ende, la que cuenta con el privilegio de ser el germen de este género fue Slaughter, rodada en Argentina en 1971 por el matrimonio Michael y Roberta Findlay y rebautizada como Snuff.

El trabajo de Shackleton fue breve pero contundente. Dejó intacto el montaje original, añadiendo una última secuencia con indiscutibles ínfulas metacinematográficas. En ella el director y su equipo aparecen en escena, violan a una de las actrices, la golpean, le cortan la mano y los dedos y la descuartizan. Todo ello con unos medios técnicos los suficientemente efectivos como para hacer creer a la audiencia que se trataba de una escena real.

Shackleton, consciente de que había encontrado una mina de oro, se apresuró a publicitar a bombo y platillo su obra. En 1975, cuando hizo una pase privado para la prensa, les advirtió de la "veracidad" de las imágenes y de que los involucrados en el crimen estaban prófugos de la justicia.

Haciéndose pasar por un justiciero social, Shackleton fue el primero en deplorar el contenido de su película, la cual distribuía, según él, a los meros efectos de denunciar la situación de depredación y abuso que se estaba viviendo "en países tercermundistas de Sudamérica".

El productor creó una ficticia Liga de la Decencia para perseguir estas atrocidades y, como no podía ser de otro modo, Shackleton se hizo millonario de una manera fulgurante. Su película no tardó en ser retirada de circulación, pero las cifras de taquilla fueron impresionantes.

Rápidamente se especuló sobre los posibles puntos de producción, realización, compra y venta de este tipo de cine, como Brasil, El Salvador, Guatemala, Mexico y el propio Estados Unidos; donde se empezó a correr la voz de que se secuestraban inocentes adolescentes o marginados para convertirlos en las siguientes víctimas de un floreciente mercado.

El éxito fue muy efímero para nuestro mezquino productor. El matrimonio Findlay identificó su película y empezó a amenazar a Shackleton con revelar la verdad. Por otro lado la justicia estaba investigando de oficio aquel asesinato impreso sobre celuloide por lo que Alan Shackleton, acosado, tuvo que confesar.

Sin embargo, lo más rocambolesco de esta historia es que, a pesar de la confesión de Shackleton, la leyenda persiste. Se siguen especulando sobre la existencia de estas películas, sobre la manera de obtenerlas y los responsables de las mismas cuando lo único cierto es que, hasta la fecha, nadie ha visto un film de ese tipo.

Transcurría el año 1991 cuando el actor Charlie Sheen visionó en una fiesta una copia de la película Guinea Pig, Flower of Flesh and Blood (Hideshi Hino, 1985), la cual, al estimarla documental, la puso inmediatamente a disposición de las autoridades, quienes determinaron enseguida que se trataba de una mera ficción (aunque eso sí, muy bien lograda). A pesar de todo, este episodio puso nuevamente de actualidad las películas snuff.

Muchos han especulado con la posibilidad de que películas como Trauma (que contó con 4 partes) o Faces of Death (saga iniciada en 1978 que cuenta con 5 capítulos, hasta la fecha) sean verdaderas cintas del género, cuando no son más que muestras de cine mondo. Este subgénero, marcadamente enfermizo, se centra en mostrar imágenes de guerra, de espantosas enfermedades y todo tipo de aparatosas lesiones. Sin embargo se tratan de secuencias extraídas de archivos, noticiarios o, simplemente trucadas.

La serie Guinea Pig se aproxima más al género, su estética es mucho más próxima al genuino e inexistente snuff, pero le falta la característica esencial: es pura ficción.

Y dentro de la ficción este tipo de cine ha sido múltiples veces tratado por el cine comercial en películas como The Fun House (Roger Michael Watkins, 1977), Effects (Dusty Nelson, 1978), Holocausto Caníbal (Ruggero Deodato, 1980), Video Violence... When Renting Is Not Enough (Gary Cohen, 1987), Ocurrió Cerca de su Casa (Rémy Belvaux, André Bonzel, Benoît Poelvoorde), Midnight 2: Death, Sex and Videotape (John A. Russo, 1993), Mute Witness (Anthony Waller, 1994), Tesis (Alejandro Amenabar, 1995), The Brave (Johnny Depp, 1997), 8 Milímetros (Joel Schumacher, 1998) o las indigesta cinta japonesa Muzan-e: AV Gyaru Satsujin Bideo wa Sonzai Shita! (Daisuke Yamanouchi, 1999).

Posiblemente nunca podamos ver una película snuff, pero sí podremos ver algo muy cercano a este género. Me refiero a August Underground (Fred Vogel, 2002). 70 minutos de atrocidades simuladamente reales, pepetradas por 2 veinteañeros armados con una videocámara y un extenso arsenal de objetos punzantes. Su director, Vogel, planeó no distribuirla, sino dejar algunas copias abandonadas en lugares públicos, sin embargo la psicosis del 11-S le disuadió de este proyecto y, al final, optó por la promoción ordinaria.

Es muy pronto para analizar el impacto de este film ( que en 2003 suscitó una secuela filmada por el mismo Vogel, muy inferior al original), si bien está unanimemente considerada como la obra más ofensiva y desagradable jamás realizada. ¡Qué gran negocio hubiera hecho con ella Alan Shackleton!